
Mario Ferrada, un titiritero de verdad
No hay edad para jugar con títeres. Esto ha pensado toda su vida, Mario Ferrada (53) gestor de desarrollo local del municipio y actual estudiante de Derecho, que desde los 19 años ha acumulado cerca de cien títeres en su casa. Los tiene a todos en el “Escondítere”, una bodega que le facilitó un vecino de su edificio. Ahí guarda a “Lobito y sus amigos”, su teatrillo, la escenografía, el amplificador y se esconde en sus ratos libres a refaccionar a “los más viejitos, que se empiezan a deshilachar” explica.
“La gente sabe que me gustan los títeres por eso para mi cumpleaños o Navidad lo que más me llegan son títeres” dice Mario riendo. De hecho, su señora y sus hijos, de 23 y 26, son sus mayores cómplices en esta afición. Robusto, de barba canosa y tupida, ojos claros y sonrisa permanente, presenta con inocencia a cada uno de los muñecos de género que lleva en una bolsa pequeña. Lo acompañan la Caperucita Roja, Lobito, la Abuelita, el doctor de la pandemia, una replica de Bodoque de 31 Minutos (sus mayores ídolos) y el Carabibueno.
“Mi primer acercamiento con los títeres fue por los años setenta, cuando llegó un titiritero a mi escuela, la 413 de Cerro Navia” recuerda con nostalgia. “Vi una función de la Caperucita Roja con todos mis compañeros de segundo básico y quedé impactado. En mi casa no estábamos pasando por un buen momento económico, así que nunca se me ocurrió pedirles a mis papás que me compraran alguno” confiesa.
Desde ese día empezó a hacer sus propios títeres con las muñecas de su hermana, calcetines, ropa vieja o le dibujaba ojos a una pelota. “Los primeros que hice fue a partir de recortes de revista que los pegaba en un cartón, los recortaba alrededor y les pegaba un palo de helado por atrás. Invitaba a los niños y niñas del pasaje y me metía adentro de un tambor y al hacer las voces de los muñecos de cartón, sonaba como con un efecto especial” recuerda Mario Ferrada de sus primeros años de titiritero. A los 19 años en el persa de San Francisco, compró una replica de la Rana René y sus primeros títeres. Desde ese día no ha parado en hacer funciones de carácter social y solidario en colegios, fundaciones, juntas de vecinos y hospitales. Así se dio cuenta que “los títeres tenían el poder de llegar a todo tipo de personas, no solo a los niños y niñas, de hecho yo era un adulto y me gustaban. Empecé a incorporar personajes que tenían que ver con demandas sociales, que son mis propias luchas, entonces mis títeres se convirtieron en mis compañeros de lucha”.
“La base de lo que yo hago es el cuento de la Caperucita Roja, pero no el tradicional, sino uno al que le incorporo elementos que tengan que ver con los derechos humanos” explica sobre la trama de sus funciones. Agrega que “la abuelita vive en un bosque protegido, y tiene derechos por ser una persona mayor. El cazador es un carabinero, que interpela al Lobito y le dice que no puede maltratar a niños y abuelas indefensas”.
Mario siempre tiene alguno de sus títeres en su auto, y si algún niño o niña le hace morisquetas desde otro vehículo, los enfrenta haciendo aparecer de forma sorpresiva un títere para sacarles risas. “Creo que todo lo que hacemos es por los niños y niñas, o sea todos los cambios que buscamos en nuestra sociedad es para las generaciones que vienen”. Por eso, el sueño de este titiritero es jubilarse y tener un día un furgón o una combi, subir allí a todos sus títeres y hacer un teatro intinerante, que le permita llegar a los niños y niñas de pueblos chicos o perdidos de nuestro país.